La mesa de luz repleta de
pequeñas confesiones escritas. Recuerdos que invernan. Una habitación que yo
mismo había saqueado años atrás. Tirado en una cama. Descomponiéndome de la
lejanía. Una mujer que ya se declaro vencida. La noche se convierte en derrota.
Casi – dice Nito. Y es como si el techo se desmoronase. El Che. Mafalda. Un
lado oscuro de la luna que le hace sombra a un Charly que parece
nuevo. Ese había sido yo hace mucho tiempo. Mi colchón. Una novia que durmió en
él a escondidas. Ex novia, tiempo después. Mamá golpea la puerta porque sabe
que está cerrada. Estoy durmiendo dice un chico que se parece mucho a mí. Un
placard clausurado. El suelo sostiene un menjunje de ropa. Mi cabeza acaricia
la almohada intentando convencerla de que todavía hay tiempo. El sol del patio interno se anima a
espiarme desde la ventana. Me tapo porque no quiero que me vea. Las ventanas
casi se incendian. Y mi colchón me echa. Desalojo involuntario. Diluvio de
realidad. El sol se escapa. El patio interno se duerme. Ya es de noche –
anuncia Nito. Y la dignidad se deja vencer por la clandestinidad de la noche.
Todos vuelven de visita hasta los que habían prometido no volver. Otros me
abandonan para siempre. Cae granizo. Los recuerdos se despedazan al chocar
contra la cama. Marina se sostiene del colchón con ansias viejas. Las de antes,
las de mucho tiempo atrás. Nos abrazamos en un ataque de nostalgia que duro
casi una vida. El granizo ceso. Y la lluvia borro todo. Se inundo el colchón
pero para ese momento ya estábamos separados.
Manuela Bares Peralta.
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